Suramérica, en resumen: la posibilidad del regreso de modelo kirchnerista al poder en Argentina, la crisis política en Perú que terminó con la disolución del Congreso, protestas feroces en Ecuador por el alza de la gasolina, destructivos disturbios en Chile por el incremento en los precios del transporte, además, la guerrilla colombiana, asoma nuevamente sus dientes anunciando que retomará el terror.
En toda la fotografía de la región, Venezuela sigue detallando la realidad más degradante. La banda criminal cubana que realmente gobierna al país caribeño toma oxígeno en su agónica lucha por la sobrevivencia política ante una oposición que nuevamente se fragmentó en mil pedazos.
Hay quien atribuye, de forma muy ligera, a la narcodictadura de Nicolás Maduro, una incidencia directa e indirecta en todas estas convulsiones en la región. Si es así, quiere decir que estamos al frente de una estirpe todopoderosa e indestructible, capaz de desestabilizar a todo un continente y generar revueltas con el dinero del narcotráfico para girar el destino en estos países del Grupo de Lima, cuyos gobiernos se le oponen.
Tenemos hechos que sí son concretos. Maduro sigue todavía en el poder, superando las embestidas diplomáticas y económicas de EEUU y de casi todas las democracias occidentales. Logró diezmar a sangre y a fuego el ánimo de protesta, ante una crisis humanitaria que no se detiene. A eso se añade, el irónico sillón de Venezuela en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, llegando a desplazar inclusive a países de paz y modelos democráticos, como Costa Rica.
Hay que reconocerlo. La oposición que había tomado vuelo en enero de este 2019, quedó aniquilada y reducida a las redes sociales, como su única plataforma de actuación. Concretamente, en este espacio del tiempo, no está pasando nada que amenace la presencia de este régimen en el poder. No es pesimismo, es simple observación de variables, las cuales podrían cambiar en segundos. Así es la historia.
De resto, miles de venezolanos siguen huyendo a esos países suramericanos que no solo registran sus propias crisis, sino que le atribuyen de manera sistemática sus dramas económicos y escollos sociales, en gran proporción, a una irradiación del caos del país petrolero. Los inmigrantes, los recién llegados, están incluidos en esa ecuación, adicionando cada minuto, historias de rechazo a más de 4 millones de desplazados.
Un ejemplo. En Panamá una parlamentaria inició una cacería contra los venezolanos, llamando incluso a desconocer la nacionalidad del país del istmo, a los niños que nazcan allí, de padres venezolanos. Un signo de una xenofobia recalcitrante, que se replica en Perú y Ecuador de diferentes formas.
Si como dijo el presidente de Ecuador, y como sugiere el presidente de Chile, la narco dictadura criminal de Maduro y sus socios cubanos, han sido capaces de penetrar irregulares para incendiar ciudades latinoamericanas, para torcer tendencias eleccionarias, para desestabilizar gobiernos, entonces quiere decir, que los venezolanos están muy lejos de tener alguna esperanza de cambio a mediano plazo.
Habría que pensar entonces, que estamos al frente de un régimen que no solo someterá a una penuria eterna a Venezuela, sino que es capaz de mover hilos para cambiar el rumbo de países que ya habían desechado a hamponiles gobiernos de izquierda.
Si todo esto es verdad, entonces hay que interpretar que a pesar de las sanciones internacionales y el aislamiento, los cabecillas del desastre venezolano, tomaron nuevas fuerzas este año repotenciados por el dinero de células criminales trasnacionales, pues su principal fuente de financiamiento, la renta petrolera, se acabó.
En los últimos días, el cinismo criminal de voceros del régimen venezolano, los llevó a hacer mofa de las vorágines registradas en Colombia, Chile, Argentina, Ecuador y Perú. Es importante poner en este debate, que no es la primera vez que estos países ven el rostro muy de cerca de la inestabilidad política y económica.
Pero, esta vez, esas crisis tienen un componente adicional: la supuesta variable de la narcodictadura venezolana y la presencia de más de 2,5 millones de venezolanos, en su mayoría en condiciones precarias, subempleados y sobreviviendo, distribuidos en esos 5 países.
Para el ecuatoriano promedio, la criminalidad en ese país ha crecido a causa de los venezolanos, pero para su presidente, las protestas por el aumento de la gasolina, fueron dirigidas a control remoto desde Caracas.
El rechazo ascendente a la estampida venezolana de estos países receptores, ahora tiene otros componentes incendiarios, en la narrativa cotidiana: no solo ha emigrado recientemente el hampa común, sino también agentes financiados por la narco dictadura caribeña para desestabilizar.
Al igual que el chavismo, después de destruir el aparato productivo y generar la catástrofe económica actual, le ha atribuido todos estos demonios a una “guerra económica” - que nunca ha existido -, ahora líderes latinoamericanos empiezan a adjudicar sus distorsiones a la “guerra de Maduro”.
Esta versión de los hechos, no disgusta para nada a la mafia que sigue ostentando el poder en Venezuela, pues eso los empodera simbólicamente como un indestructible eje de los pueblos progresistas, que luchan contra el neoliberalismo.
En esta diatriba, los venezolanos inmigrantes, los desplazados, la mayoría profesionales o con muchas ganas de trabajar de manera honesta, se llevan la peor parte, pues al agudizarse esta crisis en la región, el dedo acusador lo seguirán sintiendo cada vez más cerca.
Fernando Martínez es un periodista venezolano. Para comunicarse con el autor, escriba a: mfernando30@hotmail.com