Estaba cansado de palear nostalgia cada Thanksgiving y nieve cada Nochebuena. Mis ojos clamaban por un sol risueño y mi alma por la tibieza del trópico. El soplo gélido del Hudson me empezaba a abrumar. Estaba harto de Nueva York. También quería otro trabajo, urgente. Así que cuando me llegó aquel aviso, no perdí tiempo y le dije a mi esposa que empezara a armar las maletas. Otra vez.
“Nos vamos a Tampa”, expliqué.
Llevaba meses planeando aquella fuga. Como jefe de redacción de la edición latinoamericana del Wall Street Journal, y con mi audiencia a miles de millas de distancia, entre Argentina y México, añoraba hacía tiempo un contacto más cercano con una comunidad de lectores locales, como el que había experimentado años antes, siendo editor de negocios de El Nuevo Herald, en Miami.
Así que vi los cielos abiertos cuando el Tampa Tribune me ofreció la oportunidad de liderar, como editor en jefe, su primera publicación en español. Me dispuse enseguida a mudar de periódico y ciudad, como había hecho en otras oportunidades desde que había llegado a Estados Unidos. Lo que no podía imaginar era que en Tampa iba a encarar uno de los desafíos más gratos y fructíferos de toda mi vida profesional.
Sería algo impensable en estos tiempos, mas para la prensa en español en EEUU aquella fue una época de pujanza. A comienzos de los 2000, los empeños mediáticos hispanos florecían, lo mismo en San Antonio, Chicago y Dallas, que en Nueva Jersey, Atlanta y Orlando. Todos, incluso las corporaciones “americanas”, querían asegurarse su parte del llamado mercado hispano. Tampa no era la excepción.
Y aunque no era la primera vez que me involucraba en la fase precursora de un producto editorial, nunca supuse que en mi nueva plaza iba a empezar casi de cero. La web de CENTRO ya funcionaba, gracias a la gestión del gerente general Orlando Nieves; pero todo lo que condujo a la edición impresa, es decir, el contenido, los anuncios y la contratación de un staff, nos tocó hacerlo en tiempo récord. Queríamos coincidir con el Mes de la Herencia Hispana. Pura magia.
Empezamos apenas con un título y algunos formatos de páginas, pero teníamos lo más importante: una idea bastante clara del periódico que queríamos lograr. Y la idea se materializó aprisa. A tal punto, que a los pocos meses del despegue ya habíamos obtenido un premio de la Sociedad de Periodistas Profesionales de la Florida, primicia de otras distinciones que han venido después. El nuevo equipo se lució en más de un sentido. Todavía lo recuerdo.
Dado que no nos conformamos con ser sólo una publicación de esas que en algunos lugares llaman “comunitarias”, se nos reconoció pronto por nuestro énfasis en la investigación. Publicábamos fotos de eventos y artículos de interés humano, pero también aplicábamos la lupa a nuestra gente y nuestras instituciones. Tuvimos tropiezos, pero al cabo hicimos un producto serio. Incluso revistas prestigiosas como Editor & Publisher se hicieron eco de nuestro esfuerzo.
Ha llovido mucho desde entonces. Pasó aquel entusiasmo por hacer publicaciones en español y también -gracias a Dios- la gran recesión, que tanto socavó a los medios. Todavía tratamos de abrirnos paso en el laberinto de la era digital; pero mientras periódicos semejantes son ahora sólo memoria, CENTRO se afinca aún en el lugar que conquistó entre los lectores del área de la Bahía. Caramba, ha sobrevivido incluso al diario en inglés que lo fundó. ¿Se imaginan?
Dicen que quince años es la edad de los sueños para una jovencita. Para CENTRO, empero, es la edad del milagro. Un milagro de resiliencia en un clima de mucha incertidumbre. Ojalá, junto con la sobrevida, el futuro depare una audiencia más amplia al periódico que una vez ayudé a fundar, y junto con ésta nuevos éxitos a quienes ahora llevan sus riendas. CENTRO se lo merece.