TAMPA - Su peculiar amabilidad y sonrisa sin límites solían dar la bienvenida a todo el que llegaba a la Casa Cuba de Tampa para saludar a los amigos de siempre o tomarle el pulso a los esfuerzos de la diáspora local. Con su café cubano en mano y brillantes ojos azules, Lydia P. González nunca dejó de estar presente y al pie de los esfuerzos por la libertad de su patria querida y la reinstauración de la democracia cubana.
González murió el pasado domingo, 9 de junio, a los 87 años de edad debido al recrudecimiento de una enfermedad. Su fallecimiento tocó fondo en la directiva de la Casa Cuba, entidad que la recordó con especial afecto y cariño en un primer comentario publicado el fin de semana en su página de Facebook. Agregó que los servicios fúnebres serán anunciados en breve.
"La Casa Cuba de Tampa está de luto porque el domingo la luchadora por la libertad de Cuba, miembro de la directiva de dicha organización patriótica, Lydia P. González, le entregó su alma a Dios", escribió el grupo.
González fue una exiliada cubana que, como muchos de sus compatriotas alrededor del mundo, tuvo que abandonar la isla en 1962 debido al castrismo y su revolución ilusoria. Vivía tranquilamente hace muchos años en su casa de Tampa rodeada de sus cariñosos gatos, piezas de arte cubano y retratos de familia.
Maestra de profesión y voluntaria de corazón, González fue quizá una de las pocas mujeres de su generación que continuaba trabajando por la causa de la libertad con todos sus años a cuestas. Era parte de la Casa Cuba de Tampa hace más de 25 años.
González no tenía hermanos. Fue hija única y perdió a su madre cuando tenía cinco años de edad. En el exilio obligado de Tampa debido a la situación política de la isla, González fue alma y motor de la Casa Cuba, bastión de la oposición cubana local. En esta entidad ocupó varios cargos: primero como secretaria, luego en el puesto de vicepresidenta y finalmente como tesorera en dos períodos consecutivos.
CENTRO Tampa entrevistó en exclusiva a González en su hogar a inicios del 2018, un par de semanas antes de que el Club Cívico Cubano le hiciera un homenaje por su trayectoria e interminable voluntad de ayuda. A continuación, el reportaje original.
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Abanderada por la libertad
Por Juan Carlos Chávez / CENTRO Tampa
TAMPA - Lydia González atesora en su hogar objetos de colección de Cuba, la isla que dejó por culpa de Fidel Castro y a la que nunca más regresó. Hay además pequeños arreglos florales y decenas de gatos de porcelana. En una de las paredes del comedor cuelgan también los retratos del precursor de la patria cubana, José Martí, y el independentista, Antonio Maceo.
Ambas son obras que González admira con devoción casi religiosa.
"A los dos los tengo bien cuidados", dijo González.
Maestra de profesión y voluntaria de corazón, González es quizá una de las pocas mujeres de su generación que continúa trabajando por la causa de la libertad con sus 86 años a cuestas. Así, es parte de la Casa Cuba de Tampa, el núcleo de exiliados del área de la Bahía, hace 25 años. También se reúne con las damas y voluntarias del Club 15, una entidad que realiza iniciativas sociales y ofrece una mano amiga a los más necesitados, y tampoco hace a un lado al movimiento opositor venezolano contra el gobernante Nicolás Maduro.
Por su interminable entrega y voluntad de ayuda González recibirá un homenaje en vida a nombre del Club Cívico Cubano, el próximo 28 de enero, a la 1pm, en su sede de 10905 Memorial Hwy, en Tampa. La actividad se sumará a los festejos que ese mismo día organizan los exiliados para recordar el natalicio de Martí.
"La señora Lydia ha sido excelente ayudando a muchas personas y tiene un gran corazón", indicó Dania Placencia Sellers, presidenta del Club Cívico Cubano. "Es una gran voluntaria y pensamos que se merece un reconocimiento".
El compromiso y actividad de González llaman la atención considerando que podría ver pasar la vida desde la tranquilidad del patio de su hogar y junto a sus dos adorados gatos. Pero la causa libertaria y su infinita energía pueden más, mucho más.
"Mientras pueda ayudar, yo seguiré en la lucha", dijo González. "Por eso trato de levantarme más o menos temprano, pero ahora con el frío que está haciendo me está costando salir de la cama. Me imagino que no seré la única".
González es una exiliada cubana que, como muchos de sus compatriotas que están por el mundo, tuvo que abandonar la isla debido al castrismo y su revolución ilusoria. Fue una decisión de la que no se arrepiente, pero que recuerda como la escena de una película de corta duración.
"Fue rápido porque cuando salimos de Cuba junto con mi esposo yo era la directora de una escuela privada y profesora de segundo grado. Salimos pensando que no sería para siempre", dijo González. "Renuncié a uno de mis trabajos para que me dieran mi certificado. De esa manera podías salir de Cuba. Así era más fácil".
González se casó el mismo año que marcó el triunfo de la revolución de Fidel Castro, en 1959. Quizá por la coincidencia de un episodio que transformó el futuro de la vida de los cubanos y de toda la nación, los recuerdos de González no son tan claros como ella quisiera.
"Puedo decirte que fue una ceremonia bonita", comentó González sobre su matrimonio. "Fue en una iglesia luterana".
La revolución castrista y los cambios que el régimen cubano comenzó a poner en marcha en la década de los sesentas alteraron el futuro del matrimonio de una joven González, de cabellos castaños y profundos ojos celestes, y de su marido, Eduardo, ya fallecido.
El matrimonio duró 28 años hasta que ambos se divorciaron por mutuo acuerdo.
"Al principio mi esposo estaba encantando con Fidel Castro, pero mis papás, no. Ellos eran españoles y sabían que algo no andaba bien con Fidel", dijo González. "Mi esposo confió, como muchos, pero después se dio cuenta y decidió hacer algo contra Castro, desde Miami".
En el exilio forzado y a la distancia, la brújula por una Cuba democrática empezó a moldear la vida de González. Su pasión por la política alentó también en buena parte su activismo y dedicación en la comunidad.
"Me gusta mucho la política aunque ahora no puedo hacer tanto porque no manejo más de noche", dijo González. "Eso te limita, pero cuando era más joven yo hice política y apoyé las campañas de mucha gente, como los Bush".
González abandonó su querida Cuba en 1962. Lleva más tiempo como exiliada que los años que alcanzó a vivir en La Habana, la ciudad donde nació, donde fue hija única y donde perdió a su madre cuando tenía cinco años de edad.
González llegó a Miami sin dinero y un equipaje muy limitado aunque con la convicción de que lograría algo importante en Estados Unidos.
"Vine con una maletita donde cargaba nada más que cinco mudas de ropa", dijo González. "Llegué un poquito antes de la crisis de los Misiles. Creo que tenía 31 años".
González no pasó mucho tiempo en Miami, aunque sí lo suficiente para hacer trabajos temporales y reunirse con familiares y amigos que, como ella, querían encontrar la forma de terminar con el régimen castrista desde el otro lado del Estrecho de la Florida.
"En ese tiempo mi marido se fue a Nicaragua para unos campamentos que habían organizado los exiliados contra Castro. Pero la cosa no funcionó y nos fuimos a Puerto Rico a trabajar en la compañía de teléfonos", indicó González. "Luego nos mudamos a California durante ocho años".
Instalada de regreso en el sur de la Florida, González encontró empleo en Tampa, siempre en la industria telefónica. Era 1971. El tiempo pasó inexorable y, a su retiro, hizo un juramento a título personal: continuar apoyando al exilio cubano y a la comunidad que la acogió con los brazos abiertos.
"Quería hacer algo por la libertad cubana y encontré primero al grupo de Mas Canosa, la Fundación Nacional Cubanoamericana, donde tenían un núcleo importante", dijo González. "Después llegué a la Casa Cuba de Tampa"
De la mano de este grupo de exiliados González ocupó varios cargos: primero como secretaria, luego en el cargo de vicepresidenta y finalmente como tesorera en dos períodos consecutivos.
El presidente de la Casa Cuba de Tampa, Humberto A. Ferrer, dijo que González siempre está pensando en ayudar al prójimo. Como muchos de sus compatriotas establecidos en Tampa, agregó que el esfuerzo y calidad humana de González deben ser un ejemplo a seguir.
"Ha trabajado muy fuerte por la comunidad. Es parte de nuestra historia", precisó Ferrer.
El derrotero impuesto, infatigable y a patriótico, siguen alentando el quehacer diario de González.
"La Casa Cuba de Tampa se transformó en mi segunda casa", aseveró González con tono pausado. "Ellos son mi familia, aunque déjame decirte que muchos ya no están. Pero así es la vida: no escoge edad".