Hay mucho de leyenda en el mundo personal. Y yo también vivo en la leyenda. Pero no en la del Pájaro Chogui, donde del indiecito guaraní cae del árbol y se convierte en el pajarito conocido con ese nombre. Tampoco quiero referirme a la leyenda del Aura Blanca, que en el Camagüey de mis antepasados apareció para ayudar en los momentos más tristes del leprosorio local.
Pero sí me parece a veces que vuelvo a vivir la leyenda negra donde se condena al conquistador español acusado de la desaparición del indígena en el nuevo mundo. Parece esa leyenda negra como parcializada, pues nunca se ha hablado, mucho menos fabulado, sobre la desaparición de los indios americanos a manos de los que tomaron a sangre y fuego el oeste para ampliar sus horizontes, sus riquezas y la nación. Por supuesto, la leyenda negra nunca tomó en cuenta cómo aquellos "conquistadores" abrieron un Nuevo Mundo; bueno, malo o regular, pero nuevo para aquellos europeos que en aquel mismo tiempo y después, ampliaron sus malaventuras por el mundo. Esa leyenda negra solo buscó deshonrar al español que vino con Colón a descubrir nuevas tierras a nombre de los Soberanos.
Y bueno, después de este ya largo exordio que seguro ha dejado a más de un lector medio confundido, trato de explicar un poco el por qué a veces me siento como que yo también soy víctima de una leyenda negra y me siento, como Horacio, solo en el puente defendiendo a Roma del ejército etrusco.
Y es normal comprender esa leyenda negra que el cubano hoy cree. Cuba, para muchos, antes de la revolución era un antro de abusos del pobre campesino, una clase rica aprovechando al desamparado; una madriguera para el juego y prostitución amparados por la corrupta clase gobernante. Es decir, Cuba era –según ellos-, lo peor de lo peor; donde solo los privilegiados tenían oportunidades y beneficios. Tanto lo ha repetido el maldito régimen durante más de medio siglo que muchos, pero muchos lo creen.
Y vamos a estar claros; no puedo pedir a mis hijos o a mis nietos, que piensen, sufran, o sepan lo que era mi patria hace tanto tiempo. Si no lo puedo esperar de esos seres queridos, menos lo puedo esperar del que ha vivido sus años bajo el barraje incontenible desatado en todos los medios de comunicación, escuelas y trabajos, por los malévolos gobernantes.
Por eso me siento como Horacio, pues si Roma merecía el sacrifico para ser salvada, nuestra historia merece también el ser salvada. No importa que mis compatriotas –a veces aquí- no lo comprendan. No importa que mi pueblo se haya convertido en un pueblo de menesterosos que solo esperan a que la familia les envíe lo suficiente para pasar el mes, o la oportunidad de viajar a visitarlos en vacaciones y luego regresar "a vivir tranquilos, sin la matazón diaria con que se vive aquí".
Cuba era una nación que, con problemas, avanzaba en el mundo. Teníamos dificultades y por eso se buscaban soluciones. Teníamos esperanzas de mejorar, no de emigrar. Teníamos problemas económicos, pero no vivíamos de los sacrificios y el trabajo del familiar en el exterior. Teníamos problemas políticos y abusos del poder, pero se vivía con la esperanza de alcanzar un modelo que nos permitiera vivir en libertad. Teníamos problemas de todo tipo, pero se podía vivir con la ilusión de un futuro mejor. Se podía soñar no con la ayuda del familiar en el exterior o con la salida a buscar nuevos y mejores horizontes.
Hoy, después de mucho más de medio siglo, el único éxito que ha logrado el régimen es el convertirse en centro de exportación de cubanos. Simples emigrantes o a lo mejor, médicos o técnicos esclavos en otros países. Pero el cubano –se dé o no cuenta-, ha quedado solo para ser una pieza más utilizada por los capataces de la finca grande donde la esperanza se fue en balsa, caminando o en avión a visitar la familia en la Yuma.
Por esto es que a veces parece que vivo en el pasado pero (no puedo escribir sin el pero de Quevedo), aquel pasado que yo viví fue feliz. Fue un pasado en mi patria con esperanza de futuro sin tener que emigrar. Por ese compromiso con mi entorno y mi pasado, voy a seguir escribiendo mientras mi directora me lo permita de aquellos días donde se vivía con ilusión.
Quevedo es un periodista cubano que reside en Tampa. Trabajó en radio, televisión y tuvo su propio periódico 'La Voz Hispana'. Para comunicarse con Quevedo: marioquevedo1@aol.com
"No importa que mi pueblo se haya convertido en un pueblo de menesterosos que solo esperan a que la familia les envíe lo suficiente para pasar el mes"- Mario Quevedo.