Las mismas canciones hace 30 años. El mismo menú para cenar (quién sabe desde cuándo). Las mismas tradiciones ‘desde los siglos de los siglos, amén’.
Así somos los hispanos para despedir el año y comenzar uno nuevo.
Para los venezolanos son muchos los rituales que, luego de emigrar, he descubierto como actos “continentales”, ya que muchas otras comunidades también los practican. Uno de ellos: tener una maleta en la puerta de la casa para que, luego del abrazo de año nuevo, salir con ella y pasearla por la calle con la idea de que “uno viaje mucho durante este año que comienza”. Al menos eso se decía en mi pueblo y las nuevas generaciones lo seguimos repitiendo.
Pero hay más: usar ropa interior de color amarilla (y nueva) para la suerte. O comer 12 uvas a la medianoche, o 12 cucharadas de lentejas, para recibir el año nuevo con más prosperidad que nunca. Otra es tener a la mano un billete al momento del saludo de rigor (léase ‘feliz año’) para que no falte el dinero durante el nuevo calendario.
El cubetazo es de otra liga. Eso lo aprendí gracias a mi amigo cubano Alexis Boentes. Consiste en lanzar un cubetazo de agua sobre el frente de la casa, justo en el momento del año nuevo. Así se busca limpiar el camino y despejarlo de impurezas y toda fuerza negativa para que lo malo quede atrás.
Ciertamente hay infinidad de tradiciones y creencias que ejecutamos entre el 31 de diciembre y el 1ero de enero con la única intención no solo de hacer borrón y cuenta nueva, sino para dejar atrás los momentos amargos del año que termina, o aquellos que nos incomodaron, para comenzar con un nuevo horizonte.
Luego del abrazo y los llantos, unos de alegría y otros de tristeza con los que recibimos a unos nuevos 12 meses por venir, siempre aparece la cena. O la propia representación de una celebración que puede incluir pasteles, hallacas, tamales, nacatamales con lechón, perniles, puercos o como lo quieran llamar. Sin hacer a un lado la yuca con mojo, el arroz congrí, la ensalada de gallina, el pan de jamón, las habichuelas y los frijoles. Siempre -claro está- con una buena copa de ‘algo’ que nos haga reír o llorar como, por ejemplo, un vaso de ponche, coquito, vino, cerveza, ron y whisky, o acaso un espumante para pedir 12 deseos por cuenta nueva.
Todo ello forma parte de nuestras costumbres, año tras año. Incluso quienes no consumen mucho alcohol, porque se dice que “borracho no come dulce”, seguramente terminan la noche con un delicioso dulce de lechosa o de piña.
Los cohetes, o fuegos artificiales, siempre están presentes. Recuerdo que antes de sufrir los arrebatos de la dictadura en Venezuela, es decir, cuando nadie emigraba, mis tíos Elio y Daniel eran los traviesos de la familia. Llegaban cargados de pólvora para hacer volar a los espíritus del año viejo y recibir a los del nuevo con la estridencia de las chispas y explosiones apenas sonaban las campanas de la medianoche.
Las luces, los colores y el ruido celebratorio siguen adornando los cielos en esta noche con todo lo que ello pueda arrastrar. Lo menciono porque más de uno termina con la garganta irritada por tanto humo y, acaso, más de una mascota sufre aterrorizada por tantas explosiones que les generan un estrés tremendo.
El punto es honrar al que se va y alegrarnos por el que llega. “Un año que viene y otro que se va”, como dice la canción de Betulio Medina en la que el cantautor le canta en primera persona al año viejo. Esto es muy occidental para el calendario gregoriano. Se estableció hace más de 500 años para agradecer a los dioses por las cosechas y esperar lo mejor en el futuro próximo.
Crecí en Maracaibo, Venezuela, y los comercios locales tenían un gran dominio extranjero, principalmente del mundo árabe. De niño me asombraba cómo para estas comunidades, entre el 31 de diciembre y el 1ero de enero, literalmente no ocurre nada. El 1ero llegaban a trabajar tranquilamente, sin tropiezos ni trasnochos, mientras que la mayoría de la ciudad no reaccionaba hasta pasado el mediodía.
Crecí rodeado de costumbres de año nuevo, y algunas aún las mantengo, como la celebración en familia, el abrazo de año nuevo y la cena después de las 12 de la noche. Las hallacas siguen siendo el plato principal de mi casa. Se hacen antes de Navidad y duran al menos hasta la primera semana de enero. Cambiamos el pernil porque no comemos animales en casa, y la ensalada es rusa sin gallina. Honestamente casi ni consumo alcohol, pero en esas noches especiales siempre se cruza alguna copita que aviva las sonrisas y los buenos recuerdos de lo vivido para elevar las esperanzas en el porvenir. De niño mis abuelas y algunos otros familiares lloraban mucho en la noche de año nuevo porque recordaban a quienes ya no estaban. Con la inocencia de los primeros años, yo los miraba sin entender cómo, en vez de llorar, no se alegraban por el hecho de que nosotros habíamos llegado hasta allí.
En fin: lo cierto es que cada uno disfruta y vive la despedida del año nuevo ‘según ve la vida’. Para los hispanos el asunto está claro: el 31 de diciembre es una celebración familiar y de amigos (especialmente si estamos en el exilio) en la que todas las emociones existentes afloran en unos pocos segundos y nos abren la puerta a un nuevo comienzo gregoriano.
No se diga más: ¡Feliz 2022 y muchas bendiciones para ustedes y sus familias!