Por Mario Quevedo
Especial para CENTRO Tampa
Para darle un respiro a las notas de pandemia hoy le hago caso a un lector.
La nota del amigo era sencilla: “escribe un artículo cuando (viviste) tu muy lejana juventud en donde El Viejo Camagüey esté presente. Gracias.” La foto como toque fuerte para avanzar. Yo no necesito que Miguelito me dé ordenes tan de frente. Con Caruca me basta y con el visto bueno de mi directora, que comprende las cosas que viven en el recuerdo, me lanzo por esos caminos escabrosos de la memoria.
De Camagüey vivo el recuerdo de todo. Tinajones barrigones en la casa de los abuelos y en tantos sitios que sería casi infantil tratar de retratarlos en una simple crónica. El colegio donde los hermanos Maristas -el Colegio Champagnat-, sembraba la semilla del hombre completo. Colegio de varones donde desde niño casi aprendiendo a leer, hasta el joven que buscaba vida, se encontraba siempre la dirección correcta.
No solo aprendimos a leer. Aprendimos a ser parte de la Juventud Estudiantil Católica (la JEC). Había que prepararse para ser hombre de bien. No estoy simplemente haciendo un recuento propio; es lo que casi me ordena el amigo. No sé y no quiero juzgarme para señalar si logré alcanzar la meta de aquellos que trataban -y esperaban que fuéramos-, hombres de bien.
El Camagüey que recuerdo es esa vieja ciudad que de niño nos ofreció las oportunidades para estudiar, tener amigo, conocer muchachitas y aprender de nuestros mayores.
Sobraron los ejemplos y las visitas, en mi caso, al Camagüey Tenis Club; sociedad de recreo fundada por mujeres camagüeyanas que no solo querían y tenían un extraordinario club, sino que también se preocupaban por el bienestar de nuestra ciudad.

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Tîpica artesania de Camagüey
Yo muy joven sufrí la fractura del fémur y varias cirugías. Meses con la pierna y gran parte del cuerpo enyesado. Sin poder moverme mucho. Mis padres alquilaron una cama especial que podía transitar por la casa ya que yo no podía caminar; pero (ya llegó), que los amigos se complacían en empujar a la mayor velocidad posible por el largo y ancho pasillo. Después, la recuperación con visitas diarias al Tenis a la hora de almuerzo para nadar en la piscina y ejercitar la pierna.
Los hermanos del colegio visitaban la casa para cubrir las lecciones necesarias y al final del curso los miembros del “tribunal examinador” casi regalaron la nota al joven enfermo.
Recuerdo los viajes a La Habana para el seguimiento médico. Aquello no fue fácil, pero con la familia, los amigos, los médicos y los maestros todo llego a resolverse. Los tíos en la capital aceptaban con alegría -o simple resignación- aquellas “visitas”.
Cómo olvidar aquellas caminatas en la noche de La Vigía a La Caridad a visitar muchachitas que vivían en aquel barrio. Alguien que hoy conoce la ciudad, recientemente me indicaba que la distancia es larga. Pues bien, sí lo es, pero el placer de andar en la calle por la noche, de disfrutar con un grupo de amigos y amigas, hacía ligero el camino.
No sé, no recuerdo haber tenido temor. No me atrevo a decir que era cuestión de la edad o es que el tiempo tiende a pulir esos recuerdos.
Recuerdo con gratitud que como parte del compromiso con la JEC visitaba los sábados la “catequesis”. Una pequeña casucha en medio de uno de los barrios más pobres de Camagüey donde nosotros, los “afortunados”, cumplíamos con el sentido de responsabilidad social y tratábamos de enseñar a los niños necesitados algo de la vida. Visitas donde siempre nos acompañaban por lo menos dos alumnos mayores y uno de los Hermanos. No era zona donde se congregaba lo mejor de lo mejor y, por supuesto, era fácil y disfrutable tratar de intimidar a los que nos creíamos que hacíamos por el futuro.
Aquel recuerdo de juventud es extraordinariamente agradable; inclusive cuando, creyéndome hombre, junto con dos amigos salimos de noche a pintar letreros contra el régimen. Llegó el momento en que nos seguían como una docena de policías que nos arrestaron. Nos subieron a un autobús y cambiaron la ruta para llevarnos a la estación central. Luego, traslado al G2, la tenebrosa policía del régimen. Allí, en otra celda un hombre que, cuando nos llevaban a la cárcel regular, nos dio su nombre y pidió se lo comunicáramos a alguien en la ciudad. Luego supe que había sido fusilado.
Después a la cárcel en una celda con unos 40 “políticos” al lado de un ancho patio donde daban salida casi todo el día a los “comunes”. Ellos se entretenían tirándonos cubos de agua por las rejas. Cuando nos daban “recreo de 15 minutos”, los mayores en la celda nos protegían del acoso de los “comunes”.
Nada, experiencias del soñador. Simplemente he tratado de cumplir la orden del amigo. Son recuerdos que quedado grabados en el alma. Gracias por la excusa de sacarlos al sol de hoy.
Quevedo es periodista cubano y reside en West Tampa. Trabajó en radio, televisión y tuvo su propio periódico ‘La Voz Hispana’. Para comunicarse con Quevedo: marioquevedo1@aol.com