Por Mario Quevedo
Especial para CENTRO Tampa
‘Como decía Pacho Alonso, que me digan feo. No me importa. Mientras se sepa que a mis las cosas muchas veces se me olvidan o se pasan, todo es aceptable. Nunca lo he disimulado. Debía, hubiera sido, es obligación. Soy como soy y vale la redundancia. No voy a cambiar.
Y si usted amigo lector se pregunta lo que trato de decir, se lo aclaro habiendo puesto ya el parche antes de que saliera el grano. Se me pasó la fecha que en el calendario cubano tiene un significado excepcional y dejé de lado escribir sobre lo que tengo hasta la obligación de hacer. El intento, aquel 17 de abril de 1961, de alcanzar la libertad de Cuba.
Ese día me golpea pues como que tengo el compromiso, recordado por mi Directora, de escribir sobre el amigo que siempre, con las armas en la mano, se afanó en ese propósito. Escribir sobre Orlando Rodríguez es una obligación real y abrumadora en este momento.
Montar datos de una larga vida entregada siempre al servicio de la libertad es algo peculiar. No puede ser común que se presente esta oportunidad a menudo. Y mucho menos si es la vida de un amigo.
Su empeño en portar armas para defender la libertad se destaca cuando, casi todavía un niño, se prepara para combatir por el rescate de su patria allá en un recóndito y nada acogedor lugar de República Dominicana, las “Calderas del Diablo” con la Legión Anticomunista del Caribe. Fue allí donde un pequeño grupo de cubanos/héroes, incluyendo a su amigo de siempre Félix Rodríguez se entrenaban para el sacrificio de hombres de bien. Allí arranca una vida que, con el fusil en la mano, se dedica a la libertad.
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Orlando Rodríguez y su esposa, Concepcion, celebrando la muerte de Fidel Castro con otros exiliados en Tampa en noviembre de 2016. Foto: Archivo
Se entrena con Brigada de Asalto 2506. Orlando se incorpora con el numero 2811 y sirve en la compañía de jefatura en la brigada hasta llegar el día de volver a tocar tierra de la patria añorada en las arenas de Playa Girón. Orlando sirve con hombres de historia. Héroes de la patria cubana.
Después del intento incompleto, la cárcel cruel hasta volver a disfrutar de la libertad y vuelve a buscar en las armas el reposo a su ansiedad. Encuentra en su familia el respaldo que mantiene la vida. Su esposa y los hijos son parte de su ser completo y lo animan en su vocación.
Empuña las armas defendiendo la libertad en Vietnam. Después, a servir de ejemplo de esta patria que nos dio acogida sirviendo con honor a Estados Unidos en otros países. Sentando ejemplo y enseñando lo que es ser hombre de valor y principios. Sirvió como jefe de grupo militar en distintos países incluyendo Guatemala.
Orlando alcanzó el grado de coronel de tropas especiales en el Ejército de Estados Unidos. Recibe, entre muchas, la medalla Silver Star, Estrella de Plata por heroísmo y la medalla Purple Heart, Corazón Púrpura al ser herido en combate en Vietnam
La vida lo trae a nuestra ciudad donde se desempeña con el honor habitual en nuestra base de McDill. Por haber servido en sus empeños como cubano no le llega el grado de General. Hubiera sido lo que merecía por su larga y prestigiosa carrera y lo acepta como es el hombre completo.
Aquí en nuestra ciudad con su familia, recordamos una ocasión en la que, conversando, coincidimos en la posibilidad/necesidad de reunir a los hermanos en armas que habían llegado a ostentar ese honroso puesto. Fue inolvidable.
Hombres del uniforme con grado de coronel. Brillaba esa noche el salón más que nunca pues reflejaban las medallas ganadas no solo con los libros, sino con el fusil en la mano.
Noche muy especial; entre los presentes un grupo de veteranos de Playa Girón que se unían al reconocimiento a su hermano de armas. Ellos traían la bandera que allá, en tierras cubanas, habían llevado al desembarcar poniendo sus vidas en sacrificio a la libertad.
Este recuerdo del amigo lo subrayo con aquella noche. Él no podía, estando de servicio con el grado de Coronel en McDill, presentar la bandera símbolo de guerra de una unidad militar extranjera. Rápidamente busqué a un amigo común con ese rango de Coronel, “El Chiqui” a quien le comenté lo que sucedía. Inmediatamente me dijo: “llámalos”. Así hice y unos 50 veteranos de Girón, con la bandera que desembarcó en tierras cubanas, pasaron al frente. Hubo lágrimas cuando formaron fila junto a sus compañeros honrados esa noche. Mientras tanto, los altos oficiales de nuestra base; algunos con jerarquía de General, se unieron de pie en el cerrado aplauso a los hermanos en armas.
Yo hoy me uno al aplauso con mi palabra que ha sido el arma que siempre he utilizado. Solo me queda decir ¡Gracias!
Quevedo es periodista cubano. Trabajó en radio, televisión y tuvo su propio periódico ‘La Voz Hispana’. Para comunicarse con Quevedo: marioquevedo1@aol.com